Escribo desde niña, como quién junta las manos para rezar, a la espera que alguien le escuche. La escritura es mi rezo. Desconozco la vida sin escribir. Desde niña, también, he navegado la vida sintiéndome ajena al mundo que me rodea. Siempre muy extraña. Siempre muy intensa.
Si algo he sido desde que tengo memoria es un ser solitario o, al menos, así lo sentí hasta que llegaron a mi vida los libros. Me costó aprender a leer. Estuve a punto de reprobar parvularia porque aparentemente las letras no querían ser mis amigas y yo, anhelaba su compañía. Fue la primera relación a la que me aferré. Sin importar cuánto me costase leer estaba comprometida a hacerlo.
Durante meses mi abuela se sentó a enseñarme cada sonido, vocal y consonante. Por ello, sé que quien diga que la magia no existe miente porque aquellos días presencié como, de la boca de la abuela, surgían las historias más hermosas que he escuchado. Me atrevo a decir que ese día nació mi amor por las letras.
Como te imaginarás aprendí a leer, a un ritmo lento, pero más segura que nunca de mi voz. A partir de ese día devoré cada libro que se cruzase por mi camino: algunos largos y tristes otros románticos, nostálgicos y cortos.
Pero no era suficiente. Algo me faltaba.
Así llegó la escritura a mi vida, como una plegaria. Tenía 10 años cuando escribí mi primer cuento. Había leído tanto y tenía tantas ideas por narrar que necesitaba un espacio en el que vaciarlo todo. En eso se convirtió la escritura. En una oportunidad para oxigenar mi existencia.
Llegó la adolescencia y comprendí a la escritura como un corazón que late entre mis dedos. Como algo vivo, sangrante y sobretodo, doliente. Aprendí entonces a transformar al miedo en cuentos, a la tristeza en poemas y a la alegría en entradas de mi diario. Escribí mi primer amor, pero también mi primer corazón roto.
Mis cuadernos comenzaron a acompañarme siempre; estaban en mi mesa de noche, en mi mochila, en mi cartera e incluso en mi baño. Mientras crecía mi cuerpo también crecían, junto a mí, mis letras.
La escritura se convirtió en una extensión de mí. Comenzó a crecer de mi piel como un tercer brazo o un tercer ojo. Me transformé en una súbdita del lenguaje; mientras la maestra de la clase hablaba, yo escribía. Mientras el mundo avanzaba, yo pensaba en el diario que me esperaba en mi habitación.
De niña confiaba en mi escritura como quién confía en una fuerza superior. Con la fe de dejarse guiar y ser. Durante mi niñez y adolescencia ni una tan sola vez dudé de mi escritura.
Entonces, ¿Por qué hoy, en mi adultez, me encuentro dudando de mis letras?
¿Por qué ahora me devoran la cabeza tantos miedos?
¿Seré lo suficientemente buena?
Si no me leen, ¿realmente vale la pena escribir?
y la pregunta más reciente: ¿Cómo sé si soy escritora?
Es irónico. Hace unos meses, una de mis alumnas me preguntó lo mismo: ¿Cómo sé si soy escritora? Sin pensarlo dos veces contesté la única verdad que reconozco: para ser escritora necesitas solo una cosa, escribir como una extensión de ti.
Ahora, la misma respuesta retumba en mi cabeza como un recordatorio. Toda mi vida me he sentido como un bicho raro. Supongo que por eso escribo, para recordarme que no estoy sola, para recordarle a quién sea que me lea que los bichos raros también somos hermosos y merecemos amor.
Soy escritora porque escribo para extender mi vida a otros. Soy escritora porque de niña creí en las palabras como un puente que conectan vidas. Soy escritora por esa niña que escribía detrás de sus cuadernos, sigilosa, pero siguiendo su instinto. Soy escritora porque escribo y escribo y escribo.
No, no tengo libros publicados. Tampoco he ganado premios de escritura, pero sí tengo algo: pasión.
Históricamente el espacio de la mujer en la literatura fue complicado de ganar. En un principio las mujeres no se atrevían siquiera a publicarse bajo sus propios nombres, no porque no quisieran sino porque las editoriales no creían en apostar en ellas. Así surgieron un sin fin de seudónimos y libros anónimos.
Charlotte Brontë firmó bajo el nombre de Currer Bell.
Louisa May Alcott escribió sus primeras obras bajo el pseudónimo de A. M. Barnard.
Mary Shelley ocultó Frankenstein bajo un anónimo por años. Incluso, tuvo que presenciar cómo adjudicaban su obra a su esposo.
Y así, miles de mujeres conocidas y desconocidas, presenciaron sus trabajos literarios desde las sombras.
Mujeres que escribían para contarse. Mujeres que un día encontraron a la escritura y no la soltaron.
Quizás ellas también dudaron. Quizás ellas, como yo, también pensaron que no eran lo suficientemente buenas y por tanto, no podían llamarse escritoras.
Pero, ¿Quién le da a una el poder de llamarse escritora?
¿Por qué dudamos tanto al momento de nombrarnos?
Escribo desde los 10 años, estudié escritura creativa, soy coach de escritura, me dedicó a leer y escribir. Entonces, ¿Por qué siento que aún no merezco llamarme escritora?
Sencillo, porque nos han enseñado que el arte está por encima de nosotros. Algo inalcanzable. Un Dios a quién rezar, pero nunca ver a los ojos.
Eso pasa con la escritura. Lo cual quiere decir que si piensas en la escritura como algo inalcanzable para ti, no importa cuántas cosas hagas, cuántos libros publiques, cuántos diarios rellenes, nunca será suficiente para llamarte escritora. Por tanto, solo escribe.
Así que vengo a recordarte algo que hace unos días yo necesitaba escuchar: si escribes como una extensión de ti, ya eres escritora. No necesitas ser leída para nombrarte como tal o tener cientos de best sellers publicados. Tampoco tienes que probarle tu valor a nadie.
Cuando escribes no solo escribes por ti, sino también por todas las mujeres que no pudieron. Cuando te nombras escritora estás nombrando a todas las mujeres anónimas que un día tuvieron miedo de hacerlo.
Cada que dudes de si vale la pena seguir escribiendo recuerda a esa niña que escribía en sus cuadernos, a esa adolescente que suturaba su corazón con poemas o a la mujer que te voltea a ver en el espejo. Se lo debes a ellas. Te lo debes a ti.
Escribe, que ya por mucho tiempo nos robaron las palabras.
Con amor, Blanca.
💌 Este mes en EL club de las escritoras 🖋️
Un nuevo mes, una nuevo tema de escritura...
Es imposible escribir sin leer el trabajo de otras personas. ¿Cómo pretendemos crear literatura si no somos parte activa de ella?
Nuestra escritura está fuertemente influenciada por los y las escritoras que leemos, por tanto cada libro o pieza literaria que se cruza en nuestro camino nos construye como escritoras. Por ello, este mes regresaremos a las bases de la escritura: la lectura.
Para escribir hay que leer y para escribir mejor hay que ir un pasito más lejos, leer mejor. Eso se logra con una cosa: análisis literario.
Una triste realidad es que en muy pocas ocasiones se nos enseña a analizar una obra literaria, entonces este mes aprenderás a:
📓Profundizar en lo que lees para identificar elementos narrativos.
📓Aplicar los elementos narrativos de otros escritores en TU escritura.
📓Comprender cómo desmenuzar un texto para comprender su mensaje lo mejor posible.
Leyendo a otras personas también podemos mejorar nuestra escritura.
🖋️ ¿Cómo lo haremos?
Este mes será diferente a meses anteriores porque escribiremos a partir de una lectura: La buena gente del campo de Flannery O'Connor. Un cuento perteneciente al gótico sureño que viene a enseñarnos sobre:
Personajes grotescos y marginales.
Uso de la violencia y la ironía.
Crítica a la moralidad y la hipocresía social.
Simbolismos.
Escenarios decadentes o cargados de tensión.
Este cuento corto lo deconstruiremos a través de:
📓Taller de escritura creativa - Tensión y giro narrativo | Domingo 13 abril - 10 AM a 12:30 PM (GMT-6)
📓Reto de 7 días de escritura y análisis literario | Inicia 19 abril - termina 25 abril.
📓Noche de escritura - Construcción de personajes complejos: El grotesco y el engaño en la narrativa | Domingo 27 abril - 3 PM a 5 PM (GMT-6)
🚨 Las inscripciones están abiertas hasta el 12 de abril 💥
Ay, Blanca, cómo he llorado leyendo esto. Tus palabras siempre me acogen en sobremanera. Gracias una y mil veces. 🥹
Me identifique con esta extensión de ti, en tantas partes, nunca participe en concursos para cuento y me gustaba escribir, pero se le llama pasión ❤️🔥 que linda reflexión 💐