Nací con la obediencia por segundo nombre o al menos eso se suponía. Yo era la niña buena. Callada. Obediente. Pulcra. Perfecta. La cabeza siempre hacía abajo, sentada esperando (siempre esperando). Inmóvil. Perfecta. Crecí siendo la niña buena, porque así me lo enseñaron y yo solo anhelaba gustar. Anhelaba ser querida, incluso por mis buenas calificaciones o mi buen comportamiento. Al ser buena fui vista por primera vez, entonces supuse que de eso se trataba después de todo, de complacer. Así sería amada.
Las mujeres somos socializadas en la infancia para ser niñas buenas. Niñas obedientes. Niñas que acepten, toleren y nunca pregunten. Las niñas buenas no tienen permitido decir malas palabras. Las niñas buenas se sientan bien, nunca con las piernas abiertas. Las niñas buenas escuchan ante todo, nunca interrumpen una conversación.
¿Cuántas niñas buenas habrán sido educadas para soportar violencias?
¿Cuántas niñas buenas habrán sido criadas para siempre entregar sus cuerpos?
¿Cuántas niñas buenas habrán aceptado callar su voz?
Viví una infancia sintiéndome una impostora, porque nunca me sentí parte de algo. Desde muy pequeña fui consciente de mi entorno y de sus problemas, obviamente no quería ser una carga más. En las familias latinoamericanas, en medio de crisis económicas y sociales, las niñas buenas aprenden desde temprana edad a no ser un estorbo porque todo a nuestro alrededor está en llamas y no queremos ser madera que avive el fuego. Sin embargo, hay un problema. Las niñas buenas son niñas y las niñas no tienen porqué cuidarse así mismas.
Las niñas solo tienen que ser niñas y con eso basta para que sean amadas. Me tomó años de terapia entender eso y hasta el día de hoy existen momentos en los que hay una niña buena en mí que busca amor en los sitios equivocados. Una niña que daría lo que fuera porque muestren interés en ella. Yo era la niña buena, hasta que decidí ya no serlo.
Crecí teniéndole miedo a la palabra “mala”. A ser mala hija, mala amiga, mala estudiante, mala persona, mala mujer. Entonces aprendí a alejarme de todo aquello en lo que pudiera ser mala. Dejé de pintar por temor a ser mala artista. Dejé de jugar volleyball por miedo a ser mala deportista. Hasta que tuve miedo de simplemente experimentar. En mi infancia y mi adolescencia decidí encapsularme en mi burbuja segura. Acepté la idea de complacer a los demás. Era más sencillo.
A pesar de ser la hermana mayor, crecí admirando a mi hermanita. Ella era todo lo que yo quería ser. Segura. Confrontativa. Genuina. Rebelde. Una niña mala. Ella me inspiró a ser un poco más yo. No fue hasta los veintes en lo que me atreví a realmente serlo.
La dicotomía de la niña buena y la niña mala
La concepción de bueno y malo en las infancias femeninas está fuertemente ligada a los estereotipos de género. Se nos enseña que somos buenas o malas, pero la realidad es que, aunque al sistema machista no le guste admitirlo, las mujeres somos personas. Sorpresa. Las personas pueden ser buenas y malas. La maldad y la bondad pueden coexistir en una persona. Puedo ser buena amiga y ser mala hija, así como ser mala estudiante y buena profesional.
A demás, ¿Quién dice lo que nos hace buenas o malas?
Mi abuela comenzó a estudiar la universidad en sus cuarentas. Para la sociedad fue probablemente “mala estudiante”, porque no siguió el camino preestablecido para convertirse en abogada. Mi bisabuela huyó de un contexto de violencia para protegerse a ella y sus hijos, fue probablemente catalogada por su comunidad como “mala esposa” por dejar a un marido que la golpeaba. Mi mamá fue catalogada como “mala mujer” cuando no sabía cocinar o planchar bien. Entonces, ¿para que se nos enseña a ser niñas buenas realmente?. Supongo que solo para una cosa, para convertirnos en mujeres obedientes.
Aprender a ser mala
Ha sido difícil aprender que puedo equivocarme y ser “moralmente” incorrecta, pero el primer paso ha sido aceptar que voy a ser mediocre en muchas cosas. Lastimosamente, en más de las que quiero.
Hace 8 meses comencé a correr y soy increíblemente mala. A pesar de ello, sigo corriendo todas las mañanas porque me hace feliz y eso es suficiente. En mis corridas matutinas me he dado cuenta de otra cosa, soy mala socializando. También, en ocasiones, soy mala amiga porque olvidó cultivar la relación. Al mismo tiempo, soy buena amiga, porque sé escuchar y estar. La única manera de mejorar es aceptar que estamos haciendo algo mal. Así que mi lema actual es “estoy haciendo lo que puedo con las herramientas que tengo” y espero que tú también te des espacio para hacerlo.
Las niñas buenas también pueden ser malas. No necesitas el permiso de nadie para ser tú.
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Con amor, Blanca.
Psssssss, oye, ¿Quieres escribir pero no sabes por a dónde comenzar?
El próximo domingo 26 de mayo de 10 am a 1:30 PM (Hora Estándar Central) estaré impartiendo el taller virtual de narrativa: Escribir desde mi historia. Un taller de escritura para aprender a narrarnos con todos los elementos que necesitamos en el proceso. No necesitas experiencia, es perfecto para principiantes.
Querer ser buena en todo y nacer sin ser buena en muchas cosas es mi cruz. Pero desde hace unos años comencé mi camino de sanaciòn.
La cosa más impresionante es que tengo una hija que es tan imperfecta en todo. Ella es mi mejor maestra para salir de esta jaula de SER LA NIÑA BUENA. Gracias por el artículo muy interesante
Lloré MARES con este texto. Es solo el sentimiento de estar en medio de una conversación y de repente sentir que estás haciendo algo mal por el simple hecho de haberte expresado de cierta forma. Todavía soy muy "mala" en dejar la culpabilidad.