Cargo el duelo de una adolescencia que no viví.
Mientras más me alejo de la adolescencia, más me doy cuenta que nunca me sentí adolescente. Siempre muy madura para mi edad. Siempre muy adulta. Nunca adolescente.
Hay algo en la adolescencia femenina que hasta el día de hoy me cautiva. Quizás la rebeldía que se esconde en ella o tal vez la necesidad de doler que habita en esa etapa.
Crecer ha comenzado a sentirse como una cuenta regresiva hacía el pasado. Hoy me encuentro persiguiendo memorias de una adolescencia que se desvanece en la punta de mi lengua con la llegada de la adultez. Pero, no quiero ser adulta. Solo quiero volver. Supongo que por ello me he enfrascado en comprender a la chica adolescente que fui. Aquella fanática de Lana del Rey que solo se permitía ser niña a oscuras en el baño. Con el agua corriendo. Sentada en el piso. Llorando.
Cuando pienso en la adolescencia femenina - Girlhood- no puedo evitar pensar en la complejidad que conlleva ser una chica adolescente. Ni niña ni mujer. Un punto medio donde el propio cuerpo deja de sentirse propio frente al espejo, y aun así cuando pienso en ser una chica adolescente, pienso en libertad.
Libertad de sentir. Libertad de gritar. Libertad de cambiar. Libertad de adolecer. Y no recuerdo cuando fue la última vez que me sentí así.
Hablar de mi adolescencia es hablar un lenguaje a medias que ni yo termino de comprender. Es hablar de la hipersexualización de un cuerpo y de una mente. La primera vez que me acosaron tenía 9 años. Era una niña, pero la sociedad decía que mi cuerpo no era el de una. A partir de entonces dejé de contar las veces. Ahí comprendí que la adolescencia era solo una transición hacía algo que no podía evitar: ser mujer. Odié cada minuto de ello. De la noche a la mañana, yo ya no era sujeto sino objeto de alguien. Una etiqueta. Puta. Zorra. Santurrona.
Entonces, no puedo evitar pensar lo incomprendida y sola que alguna vez me sentí. El enojo de sentir que todo está cambiando, porque lo hace. Desde el cuerpo hasta cómo te miran los demás.
Hablar de la adolescencia femenina es hablar del tabú sobre el cuerpo. La menstruación, el primer tema prohibido. Una vez me manché la falda de sangre en el colegio. Me sentí avergonzada, porque sangrar me hacía sucia (o al menos eso lo parecía). Aprendí a callar y susurrar todo lo que me atravesaba el cuerpo.
La sexualidad, el segundo tema censurado. Memoricé, como un mandamiento, que mientras mis compañeros podían hablar abiertamente sobre sexo o masturbación. Las chicas lo teníamos prohibido. Lo aprendimos a vivir desde la culpa, la vergüenza y sobre todo, el silencio.
No, cuando pienso sobre el girlhood no pienso en rosado ni en listones ni siquiera en femineidad. Pienso en confusión. En todas las veces que minimice los gustos de mi yo adolescente, porque era muy extrema, muy infantil. Ojalá volver.
Ojalá decirle que no tiene que depilarse completa como un ritual para ser aceptada. Ojalá abrazarle y llenarle de besos los muslos que tanta inseguridad le daban. Ojalá recordarle que su valor va más allá del gustar. Ojalá hacerle ver lo bonita que es. Ojalá decirle que no se obligue a crecer, que puede ser adolescente. Ojalá.
Pero, por más que quiera, no puedo volver. Solo me queda intentar atrapar los recuerdos que se evaporan de mi piel. A la chica adolescente que fui le debo una disculpa. Perdón.
Si te interesa seguir profundizando en la adolescencia femenina, te recomiendo la película Perfume de violetas. Basada en hechos reales, narra la historia de Yessica y Miriam, dos adolescentes de la ciudad de México que empiezan una amistad profunda en la secundaria el barrio de Santo Domingo. Una película desgarradoramente hermosa.
Con amor, Blanca.
Amo la manera en la que relatas el como fue tu adolescencia, gracias, gracias por escribir, me has ayudado a darme cuenta que puedo corregir mis errores a tiempo, gracias a ti me acabo de dar cuenta que puedo, no, que debo disfrutar de mi adolescencia, porque que algo que no se va a repetir, gracias Blanca, te quiero mucho.
Con amor, Dhamar 🤍✨
Dónde puedo ver la película?