Hemos olvidado cómo ser suaves. Quizás por miedo. Quizás por comodidad o posiblemente por vergüenza. No lo sé con certeza, pero lo hemos olvidado. Me encantaría decir que yo también lo he hecho. Sin embargo, no puedo. Soy suave y a veces quisiera no serlo. Entonces, lo escondo.
La primera vez que pensé en la suavidad como una debilidad tenía 8 años. Todo me conmovía hasta el grado de llorar. Era demasiado suave. Siempre fui de silencios. De palabras susurradas. De abrazos suaves y sonrisas tiernas. Es mi naturaleza. Pero aquella vez, sentí por vez primera, que mis lágrimas estaban de más.
La infancia es una ciudad desconocida que vivimos algunos corriendo, otros caminando, unos gateando y otros, estáticos.
Aquella vez mientras lloraba por mi película preferida o aquella otra en la que sostenía con delicadeza a mi pollito luego de morir, aprendí bajo la mirada dura de quien me observaba, que tenía que ser más dura o no sobreviviría.
Spoiler… aprendí a ser dura y nada mejoró.
Aprendí a callarme la ternura. A censurarme el silencio. A esconderme la suavidad porque el mundo es duro.
Pero, ¿En realidad lo es o en eso lo hemos convertido?
Hace unos días, en el baño del gimnasio, escuché a alguien llorar en silencio. Quizás fui imprudente, no lo sé. Me acerqué y entonces lo supe. Aquella chica frente a mí, solo necesitaba un abrazo suave.
La suavidad permite eso. Nos permite sostener desde el cariño a quien duele. Nos permite ver al mundo con ojos amables. Creer en la generosidad como un signo de valentía. La suavidad nos deja sonreír ante un atardecer. Limpiar las lágrimas de otra persona y asegurarle con certeza que la vida mejora.
Para ser suaves tenemos que atrevernos a ser vulnerables y tiernos. Eso es terrorífico, pero necesario. Lo suficientemente vulnerables para mostrarnos desnudos emocionalmente frente al otro y lo suficientemente tiernos para dar las palabras amables adecuadas.
La suavidad es capturar un rayo de sol entre tus manos para luego abrazar a quienes amas.
Estoy segura, entonces, que ser suave es una muestra de resistencia a todo aquello que nos aleja de nuestra humanidad. Ser suave en un mundo duro es revolucionario.
Hace unos días, en aquel baño del gimnasio, me permití volver a serlo y solo pude concluir una cosa: necesitamos ser suaves. La vida ya es demasiado dura como para ser indiferentes o no ser conmovidos por lo que nos rodea.
Date permiso a ser suave.
Con amor, Blanca.
Precioso, Blanca! Yo también estoy en proceso de reconectar con mi suavidad/sensibilidad. Atreverme a llorar cuando algo me conmueve. Expresar intensamente lo que me apasiona, sin miedo al juicio. Me he dado cuenta de que la mayoría de las veces es bien recibido y que esa sensibilidad y esa pasión son contagiosas. Las necesitamos frente a este mundo a menudo gris, anónimo, rígido, excesivamente y peligrosamente racional. Un abrazo! M.
Que escrito tan mágicamente hermoso 🥺❤️🩹