Naciste con hambre, con los colmillos punzantes. Siempre en la búsqueda de una piel a la cual proclamar hogar y no hace falta que te lo recuerden, hay algo mal en ti. La necesidad de devorar el amor del otro.
Es imposible ignorar el hambre. Te araña las tripas y ruge en tu estómago como un recordatorio de quien eres. Un monstruo.
Pero, ¿Qué tan diferente es ser humano de ser monstruo?
Ambos devoran al otro. Se mienten frente al espejo. Aprenden rápido a esconder sus impulsos. Cuanta humanidad existe en el monstruo. Cuanta monstruosidad existe en el humano.
Aprendes a mantener tu distancia entonces, pero el hambre siempre gana. Tienes de nuevo la carne del otro entre tus dientes y no hace falta verle a los ojos para reconocer esa mirada. El terror de darse. Sangre de mi sangre. Te miran, otra vez, como lo que eres. Un monstruo, pero también un humano.
Encontraste al amor, pero de nuevo lo devoraste. Hasta desaparecerlo. Hacerlo añicos entre tus dedos. Masticarlo sin piedad. Siempre devoramos a quienes amamos y no importa cuanto comamos, siempre caemos al vacío.
Te alejas, por fin, de todos. Aprendes a aislarte del mundo. A esconderte los colmillos y callarte el hambre porque para ti, amar es consumir o ser consumido.
El dolor viene atado a existir.
Comienzas a morderte la piel. A infringir ese dolor sobre tu carne y te das cuenta que quizás es esta la verdadera metáfora del canibalismo, tu propia soledad a orillas de un cuerpo que solo desea ser amado.
Toma mi corazón, devóralo hasta saciar la razón devóralo pero no lo mastiques, hazle el amor. Toma mis manos, lame mis dedos devora mis huellas hasta que mi génesis nazca de ti. Devora mi carne, estoy cansada de mi cuerpo devora mi amor con mis huesos con mi sangre. Consume mi amor.
El aroma del amor te persigue. Sueñas con él. Tienes pesadillas en las que devoras a quien amas y no puedes detenerte. Piensas que quizás estamos condenados a lastimarnos entre nosotros para reconocer al amor al final de todo.
No quieres ser la causa de su dolor. Sin embargo, lo eres. También lo has sido.
No eres más monstruo que humano. Necesitas aceptarlo para no devorar a quien amas. Aceptar tu monstruosidad es aceptar tu humanidad.
Consumir o ser consumido
La metáfora del canibalismo en la literatura ha sido utilizada para hablar de la naturaleza salvaje del amor. La manera en la que puede devorar nuestros pensamientos, deseos, acciones y sanidad. Es un representación extrema de cómo el amor puede borrar nuestras barreras y desafiar nuestros límites. Hasta los huesos. Hasta que no quede rastro alguno de nosotros.
¿A dónde se marca el límite entre amor y obsesión?
¿Quién marca la diferencia entre amar y desear?
El acto de devorar nos muestra hasta donde podemos llegar para poseer y controlar aquello que nos sobrepasa. El amor. La identidad. La sexualidad. El poder.
Una metáfora íntima, pero poderosa. Dos cuerpos que se convierten en uno.
Solo ámame y cómeme.
Desde libros como Bones and all (Camille DeAngelis, 2015) hasta Hannibal (Thomas Harris, 1999) , el canibalismo ha sido usado tanto para simbolizar el amor como para denotar el poder de una persona sobre otra. Pero también a esto se suma la representación del sacrificio.
Dar nuestra carne para salvar al otro. En un sentido literal y figurado. Dar nuestro amor para salvar al otro. Dar nuestra vitalidad para dar vida.
“No hay amor más grande que aquel que da la vida por sus amigos” - Numa Turcatti.
El cuerpo como primer territorio de amor, destrucción y sacrificio. Aceptarnos carne para el otro es, por tanto, la forma más pura de amor u odio.
De nuevo, queda la disyuntiva. ¿Ser consumido o consumir?
Consumir implica aceptar la monstruosidad. Con egoísmo, devoción, misericordia, culpa.
Ser consumido implica aceptar nuestra humanidad. Con miedo, devoción, perdón.
Un concepto horrorífico y repulsivo. Todos hemos devorado a quien amamos o, por el contrario, hemos sido carne para alimentar al amado.
“El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él.” - Juan 6:56-71.
¿En quién nos convertimos cuando amamos?
Yo he sido consumida. Una sobreviviente de alguien que urgó en mi corazón. Masticó mis sueños. Rumió mis miedos y luego los escupió. No creo que el amor deba ser eso. Consumir o ser consumido, pero a veces lo es.
También he consumido. He devorado el amor de otros para llenar mis vacíos. He sido monstruo también. He clavado mis dientes en el cuello de alguien más hasta succionarle la vida y no me enorgullezco de haberlo hecho, pero lo hice.
Monstruo y humano. Una extensión del otro. Carne de mi carne. Ambos sangramos el mismo color y al final, no hay diferencia.
Tus comentarios me impulsan a seguir escribiendo. Así que no dudes en contarme qué te pareció el texto de hoy. Muchas gracias por tu apoyo. Tqm ♡
Con amor, Blanca.
Me encantó este texto porque puso en palabras algo que siento pero creo que no me atrevía a ponerlo así. No me atrevía a decir que el amor me ha consumido. He amado con todas mis fuerzas pero al mismo tiempo he dejado que el amor me despedace. Me coma. Me mastique y me trague completa. Y creo que yo también lo hecho con otros...
Sé que el amor puede ser así. Pero quisiera pensar que sí hay una manera de amar en la cual controlas tus impulsos de chupar la sangre del otro y optas por acariciarlo; y el otro, con suerte, escoge hacer lo mismo por ti.
Wow. Me reflejé en cada una de tus palabras. No cabe duda que el amor devora en todos los sentidos y amamos ser devorados. Gracias por tus exquisitas palabras en esta noche.